lunes, 18 de septiembre de 2017

El Katéjon, II Tes. II, 6-7 (XV de XV)

Además de lo dicho hasta aquí, no estará de más señalar que esta teoría tiene una ventaja no despreciable.

Esta nueva exégesis nos permite observar la maravillosa unidad y perfecta identidad de la predicación de San Pablo y la de Nuestro Señor en el Discurso Parusíaco[1] cuando, al ser interrogado sobre los signos de la Parusía, se contentó con dar dos[2], uno remoto: la Abominación de la Desolación en el Lugar Santo; y otro próximo: la conversión total de Israel. Es decir, Nuestro Señor habló de dos sucesos que habían de tener lugar antes de su segunda y gloriosa Venida, uno de los cuales es el que aquí repite el Apóstol: la aparición del Anticristo; con lo cual ambos están enseñando lo mismo, a saber, que la Parusía no tendrá lugar antes que se manifieste el principal enemigo de Cristo.

Ahora bien, teniendo en cuenta que la Abominación de la Desolación en el Lugar Santo es el Anticristo profanando el Santuario de Jerusalén reconstruido[3], entonces lo que vemos claramente en esta nueva interpretación es la identidad de prédicas. En otras palabras, San Pablo, al fundar las iglesias y predicarles a sus neófitos, no hacía más que repetir la enseñanza del Divino Maestro sobre los signos de su segunda Venida, enseñando que uno de ellos había de ser la aparición del Anticristo profanando el Santuario, hecho que habrá de incluir también la supresión del Sacrificio, como sabemos por Dan. IX, 27, y la muerte de los dos Testigos, tal como lo enseña Apoc. XI, 7.

Y todo esto puede probarse además por la identidad de lenguaje usado por San Pablo, Nuestro Señor y el Apocalipsis[4], como veremos en una pequeña paráfrasis a continuación.


  1. Os rogamos, hermanos, con respecto a la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo (Mt. XXIV, 3.27.37.39) y nuestra reunión (Mt. XXIV, 31 y Mc. XIII, 27) a Él
  2. que no pronto os mováis del entendimiento, ni os turbéis (Mt. XXIV, 6; Mc. XIII, 7) ni por espíritu o revelación profética, ni por palabra, ni por epístola, como nuestra: como que presente (esté) el día del Señor.
  3. Nadie os engañe en alguna manera: si no viniere la apostasía primero, esto es, se revelare el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición;
  4. el que se opone y levanta sobre todo el que se dice Dios o numen; hasta él en el Santuario de Dios, es decir, el Santuario de Jerusalén reconstruido bajo Elías (Apoc. XI, 1-2), sentarse, probándose a sí mismo que es Dios— no vendrá el día del Señor.
  5. ¿No recordáis que, todavía estando con vosotros, esto os decía una y otra vez?
  6. Y ahora (después de aquellas cosas que acabo de decir, que son conformes a las que os enseñé estando presente) lo que demora, sabéis bien, para que Cristo se revele en su tiempo oportuno, es decir, sabéis que es el Anticristo, el hombre de iniquidad, el cual y en cuanto todavía no apareció.
  7. En efecto, el misterio (Mt. XIII, 11; Mc. IV, 11; Lc. VIII, 10) de iniquidad (Mt. VII, 23; XIII, 41; XXIII, 28; XXIV, 12) ya está obrando, pero ocultamente; sólo hasta que el que demora ahora la venida del Señor, el Anticristo, del medio de esta iniquidad surja.
  8. Y entonces se revelará el inicuo, el único que demora ahora la Parusía, con y por el cual ejercerá abiertamente la iniquidad su poder, a quien el Señor Jesús matará por el aliento de su boca y anulará por la manifestación de su parusía (Apoc. XIX, 20. Ver Dan. VII; 11.26);
  9. (aquel inicuo) cuya parusía es, según operación de Satanás, con toda virtud (Apoc. XIII, 2; XVII, 13; XVIII, 3) y señales y prodigios (Mt. XXIV, 24; Mc. XIII, 22; Jn. IV, 48) de mentira (Apoc. XIV, 5; XXI, 27; XXII, 15);
  10. y en todo engaño (Mt. XIII, 22; Mc. IV, 19) de injusticia para los que perecen; por cuanto el amor (Mt. XXIV, 12) de la verdad no recibieron (Lc. VIII, 13) para salvarse.
  11. Y por esto envíales Dios operación de error para que crean (Mt. XXIV, 23.26; Mc. XIII, 21; Lc. VIII, 12-13; Jn. IV, 48) a la mentira (Apoc. XIV, 5; XXI, 27; XXII, 15);
  12. para que sean juzgados (Apoc. VI, 10; XVI, 5; XVIII, 8.20; XIX, 2.11) todos los que no creyeron (Mt. XXIV, 23.26; Mc. XIII, 21; Lc. VIII, 12-13; Jn. IV, 48) a la verdad, sino que complacieron a la injusticia.
  13. Mas nosotros debemos agradecer a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, porque os eligió Dios desde el principio para salvación en santificación de espíritu y fe de verdad;
  14. para lo cual también os llamó (Apoc. XIX, 9) por nuestro Evangelio (Mt. XXIV, 14; Mc. XIII, 10[5]; Apoc. XIV, 6), para (la) obtención de (la) gloria (Mt. XXIV, 30; XXV, 31; Mc. XIII, 26; Lc. XXI, 27) de nuestro Señor Jesucristo.
  15. Así, pues, hermanos, estad firmes y retened las tradiciones que se os han enseñado; sea de palabra sea por epístola nuestra.
  16. Y el mismo Señor nuestro Jesucristo y el Dios y Padre nuestro; el que nos amó y dio consolación eterna y esperanza buena en gracia;
  17. consuele vuestros corazones y confirme en toda obra y palabra buena.

Veni Domine Iesu!


Bibliografía:

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[1] Sobre la relación (e incluso posible dependencia) de San Pablo para con Mt. XXIV ver el interesante artículo de Orchard dado en la bibliografía. Ver también Prat, op. cit. pag. 94.

[2] Ver AQUI y AQUI lo que ya dijimos sobre este tema.

[3] Ver AQUI.

[4] Sobre la relación entre San Pablo y Daniel ver Orchard, St. Paul and the Book of Daniel, (Biblica, 20, pag. 172-179), 1939.

[5] ¿Cabe suponer que, aplicado esto a los últimos tiempos, pueda tratarse de la prédica de Elías y que estos dos grupos de personas que vemos en la epístola de San Pablo vuelvan a aparecer cuando el gran Profeta predique la próxima Venida de Nuestro Señor Jesucristo, quitando el velo del Apocalipsis?